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lunes, 25 de febrero de 2013

Cuento indecente con final sorpresa

Historias de Termitas
Por José María Ortega

Lo tenían casi todo, una buena parte del  pueblo y sus alrededores. Luego llegaron los nuevos tiempos y las herencias. Las propiedades se fueron haciendo más pequeñas, pero todavía eran inmensas en cada una de las partes en las que la hacienda había sido dividida.

El pueblo crecía y, al crecer, transformaba los bancales de almendros y albaricoqueros en solares urbanizables. La fortuna familiar se repuso y multiplicó. Una de sus muchas fincas rodeaba un paraje conocido como La Rafa, paraje tan querido por los habitantes del lugar como codiciado por los especuladores.

Al llegar los Ayuntamientos democráticos, los alcaldes, elegidos en las urnas, estaban ansiosos por hacer cosas que dejaran huella. Fue una época de mucho dinero; la integración europea trajo una lluvia de millones en fondos para el desarrollo de las regiones pobres. En  Bullas se gastó, mejor o peor, parte de este dinero para construir un complejo deportivo, con camping, restaurante…

Según construían  dicho complejo,  conocido como La Rafa, el Ayuntamiento topó con los terrenos de la familia.  Hubo petición de cesión, al estilo de aquel Ayuntamiento: de boquilla. “Coge lo que necesites,  ya estaremos a cuentas”, era una respuesta común de los propietarios de terrenos rústicos ocupados con consentimiento por las obras municipales de aquellos días. Todo demasiado sencillo.

Estos  propietarios cedieron verbalmente parte de los terrenos sobres los que se instalaba aquella infraestructura, lugar que ahora todo vecino siente como propio. El pueblo creía que  había pasado definitivamente a la historia aquella negra, de caciques y gente sin pan.
Seguimos con el cuento de los terrenos: Por tendencia a la chapuza,  desconocimiento  o ineficacia, el Alcalde de entonces no llevaba estas “amables cesiones” de las familias de los antaño señoritos, a donde correspondía: al registro de la propiedad y al notario para la  realización de escrituras de lo cedido. Deberían  haber hecho aquellos papeles y, de paso  haberlos sellado  con un sello de acero, por lo que pudiera pasar.

El regalo no era tal: todos los que en su día cedieron “desinteresadamente” terrenos al  Ayuntamiento  fueron ampliamente recompensados en los años siguientes, a través del diseño urbanístico de Bullas.  El pueblo creció siempre hacia sus campos, hacia el barrio del Calderón, donde los enormes bancales de la familia pasaron a ser los solares más caros del pueblo.

Hubo más compensaciones: Entre el pueblo y la zona de La Rafa había antes casi un kilómetro de distancia. Un campo que servía de separación natural y que aumentaba la belleza del paraje. La propiedad de  los terrenos “ocupados con su consentimiento” , la familia, se benefició entonces de otra recalificación que los vecinos no entendimos:  un tramo del camino, el principio de la Avenida Paco Rabal,  pasó de ser un bancal de albaricoqueros a terreno industrial, y luego de industrial a solares, y de solares a chalets. Las cesiones verbales al Ayuntamiento que no terminaba de hacer los papeles seguían dado sus frutos.  Ganaban los mercaderes  en el templo de las cosas mal hechas y el PSOE de entonces comenzaba a ceder ante la familia, por miedo a denuncias particulares.

Pero querían más. Aún quedaban 400 metros para que sus casas tocaran el complejo de La Rafa. El Ayuntamiento ya  no tenía tan claro si seguir pagando por aquella “cesión desinteresada”. Sin embargo apareció un partido, brotado en el pueblo de las cenizas del antiguo régimen,  algunos de cuyos  dirigentes tienen una tendencia infinita al agradecimiento hacia la familia, por razones que no adivinamos, pero que, en todo caso, apestan.

 Durante años, el PP, en la oposición, se dedicó a documentar, a buscar vericuetos, a darle papeles a la dueña, a enviar faxes al despacho de abogados de la empresa, para que ésta pudiera hacer valer su “derecho de propiedad” olvidándose a posta de antiguas compensaciones, porque, afortunadamente para  ellos, los papeles no estaban bien hechos.
El Partido que apoyaba y apoya el pelotazo era, al principio, pequeño y débil. Pero con los años sus siglas se hicieron hegemónicas en todo el País, a costa de que el Partido Socialista fue perdiendo poder año a año, también en Bullas. El último gobierno de izquierdas trató de llegar a un acuerdo definitivo, pero los terratenientes ponían sobre la mesa unos planos en los que convertían de nuevo los almendros en solares y se arruinaba el encanto de La Rafa.  No hubo trato, tal vez pensaban aquello de “¿para qué?  Luego vendrán los míos y me darán lo que pida”. Su actitud era la del latifundista a caballo.

 En mayo de 2011 el PP ganó las Elecciones Municipales en  Bullas gracias a la promesa de crear 800 puestos de trabajo en un pueblo destrozado por el paro.  La familia se sintió ganadora, con razón, de aquellas elecciones.  Un miembro de la misma fue una de las primeras personas en felicitar a través de las redes sociales a “su” nuevo Alcalde.
Hace unos días, el  Gobierno anunció lo que ya nos temíamos. Un convenio  “para resolver definitivamente la situación”. El convenio no es tal, sino la humillación y puesta de rodillas del interés general ante un interés particular.  El diseño urbanístico se  vuelve a poner en manos de los de siempre, orinando sobre los principios de participación ciudadana y urbanismo democrático, como si estuviéramos en 1913.

Si no lo impedimos, la zona de casas, o al menos el derecho a construirlas  llegará hasta 85 metros de la fachada  del paraje más valioso de Bullas. “hemos tenido que hacerlo porque no tenemos dos millones de euros para pagarle los terrenos a estos propietarios”. El concejal que trata de vendernos la moto, en lugar de valorar estos terrenos como el rústico que son (5 ó 6 euros de valor cada metro cuadrado) utiliza como cifra la cantidad que emplea la propia empresa privada en sus cálculos inflados; en los que pone precio de céntricos solares a un bancal de almendro; el papel lo aguanta tó y la desvergüenza también.
 La cosa se podrían haber resuelto de otras muchas formas, pero lo que interesaba era dejar claro quién manda en Bullas, poner al pueblo  de rodillas y echar la culpa de lo ocurrido a anteriores gobernantes, la excusa de siempre.

 En la rueda de prensa para anunciar la indecencia no había ni pizca de alegría. Las bocas decían una cosa y los gestos otra. Tenían cierta expresión de miedo en sus caras y les temblaba la voz. El cuerpo siempre nos traiciona cuando queremos justificar lo injustificable, sobre todo cuando, en lugar de trabajar para el pueblo, llevamos a término un trabajo para una empresa cuyos intereses, en ese tema, son justo lo contrario de lo que el pueblo desea.
Hacen bien en estar preocupados. Este tema puede destruir al PP de Bullas si antes no lo hacen los sobres de Bárcenas. Si alguien de este partido se baja del apoyo a este acuerdo disparatado estará demostrando gran inteligencia.  ¿Se dejarán todos embaucar por un proyecto que les puede explotar en la cara como un pastel con sorpresa?- tengo mis dudas.
¿Había otra solución? Claro, la expropiación legal de lo ocupado y el pago de una cantidad, cuando lo diga el juzgado, por los almendros a precio de almendros y los metros de secano a precio de secano, que es casi nada, aunque los dueños sean de la familia que sabe multiplicar por mil el valor de sus cesiones verbales. Eso sin hablar de la posibilidad de un acuerdo en otra zona, acuerdo que no ha podido realizarse hasta ahora porque el PP ha hecho siempre lo posible para dinamitarlo, facilitando la monumental bajada de pantalones que ahora ofrecen como final indecente de este cuento. Tenemos que cambiar el final de esta historia.

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