José María Ortega González
|
Como los habitantes de la ciudad de la novela, nos creíamos
a salvo de cualquier totalitarismo, creíamos que gozábamos de una democracia
firme y acabada que, como un cirio milagroso, alejaba cualquier tentación
funesta, cualquier idea fascista o ideología destinada a esclavizarnos.
¡Qué equivocados
estábamos! El hecho de que la ciudad de la novela hubiera olvidado la peste de
hace siglos no evitó que las ratas volvieran a propagar la enfermedad. He
pensado en ésta historia cuando, al abrir mi buzón, he leído un supuesto nuevo
periódico, un papel lleno de propaganda del partido que gobierna Bullas. Esta
publicación, diseñada para engrandecer la figura de un gestor ególatra ocupa el
lugar de la prensa plural, cada día más herida, cada día más en retirada. La
única visión que éste poder quiere que tenga el habitante de la ciudad es una
visión interesada, la de alguien que se idolatra a sí mismo. El fracaso se
vuelve éxito rotundo, la miseria y el paro se barnizan de progreso, el
oportunismo de los profesionales políticos se viste de gestas ejemplares.
Ya tenemos censura en Bullas, ya tenemos periódico donde el
líder aparece retratado siempre del mismo lado, del favorable. Ya se cierra las
ventanas por las que el aire fresco podía entrar en la ciudad, como un foro
municipal de Internet en el que todo el mundo podía escribir la opinión que le
diera la gana. La pluralidad retrocede, sólo avanza aquello que sirve al
interés personal del que manda. Mandar es
ser el dueño, ahora queda hacer que las conciencias obedezcan, paso a paso.
Así que, vecino de Bullas, cuando veas una rata, recuerda
que éstas tienen pulgas que, a su vez, contienen el vacilo de la peste.
Recuerda también que hay ratas que hábilmente se disfrazan de periódico, para
propagar lo que unos llaman el amor al líder, pero que no es otra cosa, según
saben los médicos del alma, que una infección de peste que ataca de nuevo a
nuestra democracia, o lo que queda de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario